Hoy murió Caloi.
El creador de
Clemente, nada menos. Mi inicio como lector de diarios es apenas un poco
anterior a su aparición en la última página de Clarín. Y lo seguí casi cuarenta
años.
Lo consumí también
como padre cuando, chicos mis hijos, no nos perdíamos Caloi en su tinta. Y volveré a verlo en el cine cuando vaya en busca de Anima Buenos Aires: su último trabajo recién estrenado.
De los muchos
recuerdos elijo uno. Él, Carlos Loiseau, tenía unos treinta años cuando desafió
a uno de los más miserables apologistas de la dictadura, el "relator de
América", el "Gordo" José María Muñoz. El mismo que en ocasión
de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979 llamaba
desde las canchas de fútbol a presionar a los familiares de desaparecidos que
hacían cola en Av. de Mayo al 700 para presentar sus denuncias.
En 1978
Muñoz era el relator del mundial y estaba en el apogeo de su fama. Su
palabra era ley en los estadios. Y a las muchas, jodidas, prohibiciones
de la época, agregó otra, pedorra: la de no arrojar papelitos en las canchas "¡¡porque podían lastimar a los jugadores!!, "porque
daba mala impresión",
eso en un país que aspiraba a mostrarse derecho y humano mientras se torturaba
y asesinaba en las penumbras y a plena luz.
Caloi se burló desde el humor. Clemente llamó a la resistencia y
los papelitos inundaron las canchas en respuesta.
A veces pequeños
espacios permiten respirar.
Gracias por ése,
Caloi.
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